29 may 2006

Aún recuerdo aquel frío día de otoño (La ruta 2)



Para mañana,
el cielo será azul,
el día será frío,
y el recuerdo…
Sólo un vacío
que duele,
que mata,
pero que vive.



La ruta 2
Aún recuerdo aquel día frío de otoño; esa mañana fui muy temprano a la Universidad para justificarme con Regina por mi conducta pusilánime del día anterior. La busqué de salón en salón por toda la facultad, no quise darme por vencido; corrí hacia el estacionamiento con la esperanza de poder dejar en su coche una nota que decía: “Bajo el frío otoño que nos cubre, busco el calor de tu mirada y la dulzura de tus brazos, para cobijar estos sueños”; lamentablemente no lo hallé.
Cabizbajo me fui alejando de aquellos pasillos grises que ahora me parecen ajenos y vacíos para tomar camino hacia el trabajo. Justo en ese momento, cuando todo me parecía una pérdida de tiempo; con la mirada fui acariciando una silueta magra. Era ella esperando en la parada del autobús, sí, ella, aquella chica con la que cursé clases un par de ocasiones, no podía dar crédito de tan afortunado encuentro. Inmediatamente me vinieron recuerdos y sentimientos que mantuve ocultos para ella, pero esta vez me sentía con la oportunidad de no callar. Me acerqué para saber qué era de su vida después de tanto tiempo, y mientras lo hacia, noté el brillo de sus ojos claros como el ámbar y su sonrisa enmarcada por aquellos labios gruesos, llenos de ese color que incita a despertar las ansias de recorrerlos mientras pronunciaban el típico ─¡Hola!─ que abre una plática amistosa; en ese instante me reproché la cobardía de nunca haber tomado el auricular para llamarla aún cuando ya tenía su número telefónico desde hace tiempo, no tuve más remedio que responder, hola ¿cómo has estado?. Comencé a bombardearla con preguntas: ¿qué tal tu tesis? ¿dónde la estás realizando? ¿te falta mucho para titularte? No sabía que decir, las piernas me temblaban y sólo pude articular de forma instintiva y educada el ─ ¿Gustas un café?, invitación a la que accedió; me tomó del brazo para caminar con rumbo al puesto del café. Paramos frente al cubículo del CGH para pedir un par de americanos. Pagué con dos monedas que deposité dentro del cuenco de una mano fugaz; seguimos el andar hasta un puente, nuestros pasos parecían los de una coreografía, nos detuvimos a la mitad de éste para ponernos al sol como dos lagartijas, pues el día era gélido.
Ese día platicamos con tanta soltura. Ella me confeso sobre un tipo que la hizo sufrir y tomar cierta postura renuente a entablar una relación amorosa. En ese instante supe que me las vería difícil para persuadirla y hacerle notar mis intenciones, las cuales guardaba hace años. Prolongué la conversación lo más que pude, no quería dejarla partir pero cada quien tiene sus deberes. Nos despedimos. En mi mejilla quedó su recuerdo fresco. Sentí sonrojarme por un instante. Subió al camión y la perdí de vista.

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